ERMITA DE SAN AMBROSIO EN BARBATE

14 de noviembre del año de nuestro señor 644 dc, Era una mañana fría y húmeda en aquella colina barbateña. El viento del norte recorre las distancias y silva atravesando los árboles que crecen sin medida en la entrada del camino. El obispo Pimenio, titular de la diócesis asidonense, o sea, de Medina Sidonia y su comitiva reza en la ermita. Después deposita con gran respeto unas reliquias de los mártires Vicente, Félix y Julián en la base de una columna, horadada con el fin de que sirviera de ara. El obispo consagra el pequeño templo. En muchos, tuvo que hacer lo propio y en todos, mandaba hacer una inscripción en una piedra en la que se le mencionaba. Allí, sobre los restos de una villa romana, se ha construido una humilde ermita, en honor de San Ambrosio. Las mismas piedras romanas, han sido usadas para levantar parte de los muros y apoyar los cimientos. El anciano obispo, en silencio, durante los rezos, sonrie recordando el inicio de la obra. Meses antes, cuando el arquitecto le propuso usar las antiguas piedras romanas para la construcción, ante el ahorro que suponía, se intentaron mover a mano, pero el peso era elevado, incluso para los trabajadores mas fuertes. Entonces, Primenio en persona, se encargó de visitar el campo vecino, que había sido arado recientemente y habló con su dueño para pedirle prestados dos bueyes. El vecino, que era hombre de campo, corpulento y socarrón, parecía no tener mucha simpatía por la iglesia. Pero accedió a prestarle dos fuertes bueyes con cierto aire jocoso. Primenio no pasó por alto el gesto, era un hombre ya mayor y muy sabio. Cuando los trabajadores a duras penas lograron traer los bueyes, el Obispo entendió la burla del vecino agricultor. Le había mandado dos bestias salvajes, con las que no podrían trabajar. Primenio se acercó lentamente a las bestias y pidió que se retiraran los trabajadores. Con el rabillo del ojo veía al vecino reírse tras la cerca. Mirando fijamente a los bueyes comenzó a rezar y sin que el nadie lo viese les dió unos caramelos que llevaba en el bolsillo de su túnica. Los animales estaban hambrientos y no habrían probado mas dulce que una fruta pasada en toda su vida. Rápidamente se apaciguaron, ya que cuando se movían con violencia, Primenio les retiraba los dulces con autoridad. Un padre nuestro y una docena de caramelos más tarde los bueyes estaban calmados y ante el asombro de todos, trabajaron obedientemente toda la jornada. El sabio obispo, miró de reojo sonriendo al granjero que lucía dentadura con la boca abierta y el sombrero aplastado contra el pecho. Francisco Cabillas Martínez

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